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"Aura tiene visiones extrañas. Sueños, en realidad, en los que un ente sin rostro le quita la respiración... pero lo inquietante no es eso, sino que, por algún inexplicable motivo, las marcas de sus sueños se quedan grabadas en su piel. Eso no puede ser normal... ¿o sí? Han pasado dos años desde la muerte de su padre, y los recuerdos están volviendo a la superficie: cómo empezó ese día, las conversaciones que tuvo, hasta la fatídica llamada y el momento en que su madre le informó de que su padre se había suicidado. Las sombras estuvieron presentes ese día, pero Aura no supo interpretarlas. Ahora, ella y Lucas, el peculiar chico que llegó a su vida como por obra y arte del destino y quien parece saber más de ella que ella misma, tendrán que hacer frente a las sombras, que, comandadas por un antiguo enemigo, buscarán eliminar a la muchacha a cualquier precio. Cuando todas las verdades se enfrenten, Aura y Lucas deberán remover el pasado y emprender un viaje en busca de lo único que puede ayudarlos... y apurarse antes de que la Oscuridad se apodere de todo."
"Por la humanidad dejaré al viento alentar aquello que nacimos para ser".
El cazador, Angélica Hernández
EL COMIENZO
Iba caminando por un bosque. Corriendo, mejor dicho. Corrí lo más rápido que pude, sin mirar atrás. Sin detenerme; sin descansar. Sin siquiera saber a dónde iba. Solo tenía el pensamiento de que, llegara donde llegara, no podría ser peor que el lugar de donde venía.
Por un momento pensé que, tal vez, al quedarme donde estaba, en el lugar de los hechos, encontraría la forma de revertir la tragedia. Pero no, porque así el pasado irremediable que en su momento fue dulce seguiría atormentándome día y noche sin descanso, como un escenario del que ni en mis peores pesadillas podía escapar.
Entonces, cuando el caos aún no se apoderaba de todo, la oscuridad lo hizo. Entonces vino el caos.
PARTE I
EL REINO DE LAS SOMBRAS
"¿Y si durmieras?
¿Y si en tu sueño, soñaras?
¿Y si al soñar fueras al cielo y allí recogieras una extraña y hermosa flor?
¿Y si cuando despertaras tuvieras la flor en tu mano? Ah, ¿entonces qué?"
Samuel Taylor Coleridge
En el sueño, Aura ya se estaba ahogando. Era el mismo sueño de siempre, y venía repitiéndose desde hacía semanas.
Esa noche apenas cayó dormida la ya familiar sensación de asfixia la asaltó: llegó de golpe, sin que pudiera preverlo a pesar de que no era la primera ocasión en que le ocurría. Fue más fuerte que otras veces: se ahogaba, y odiaba ser consciente de cómo sus pulmones quemaban suplicando por algo que ella no podía darles. Trataba de respirar con desesperación, pero solo conseguía que la mano en su garganta apretase con mayor fuerza.
«Mientras más luches, más rápido te ahogarás», dijo la voz. Parecía no venir de ninguna parte y de todas a la vez: era un murmullo que le susurraba la oscuridad a su alrededor.
Por supuesto, eso Aura ya lo sabía, mas debía aparentar. Poco a poco dejó de luchar y de moverse. Exhaló todo el aire que le quedaba en los pulmones, esperando así que la presión constante que sentía en la tráquea se aflojara. Fingió que se quedaba sin fuerzas y cerró los ojos. Procuró estar lo más quieta posible, con la esperanza de que la creyeran muerta para que así la soltaran. Desgraciadamente, la oscuridad ya conocía ese truco, e intensificó su agarre. Su visión comenzó a empañarse de puntos negros.
¿Podía pasar eso en un sueño? Sentía que su cuerpo se derretía a causa de la falta de oxígeno. Intentó pelear una vez más contra la sombra sin rostro que la retenía incluso cuando ya no tenía las fuerzas suficientes para oponer la resistencia que necesitaba.
«Eres patética». Percibió el siseo demasiado cerca de su oído, junto con una cálida respiración en su cuello que la hizo estremecer. Cuando la sombra la soltó, justo antes de ingresar una enorme bocanada de aire a sus pulmones, la chica creyó ver un atisbo de la persona que había intentado (con bastante éxito, por lo demás) ahorcarla, no obstante, la imagen se esfumó de su cabeza en cuanto se dio cuenta de lo que creía haber visto. Sentía como si la conociera, aunque nunca lograba ver nada, salvo sombras. El ente se retiró y con él, la sensación de frío desapareció; el calor regresó a su cuerpo... Y el oxígeno no llegaba... ¿¡Por qué no llegaba!?
La muchacha despertó con una capa de sudor frío cubriéndole la espalda; todo en ella estaba acelerado: su corazón latía desaforado, los pensamientos bullían en su cabeza... En la oscuridad de su habitación Aura rebuscó a tientas en el cajón de la mesita al lado de su cama, procurando mantener la calma hasta que sus dedos se cerraron en torno al pequeño tubo del inhalador.
Cuando el medicamento por fin entró a su sistema la chica tosió, sintiendo cómo el aire pasaba por su tráquea con dificultad, dolor y un gran alivio. Le llevó unos minutos normalizar su respiración.
«Eres patética». Las palabras del sueño se repetían en su memoria como una grabadora que no podía detener. Aura desvió la mirada a las luces fluorescentes del reloj al otro lado del escritorio. 6:57.
Se levantó aún intentando controlarse y se dirigió al baño. A oscuras esperó que el agua se calentara, y cuando comenzó a salir vapor, se metió dentro de la ducha. Permaneció durante unos instantes más de lo debido bajo de la regadera, pensando en todo y nada a la vez, congelándose a pesar del agua hirviendo debido a un escalofrío que no podía quitarse. Estaba harta de las pesadillas, de los sueños, del miedo a cerrar los ojos y sentir que moría un poco más cada noche... Del miedo a saber que un día bien podría no despertar. Esa vez por poco no lo hizo, y ese constante temor escarbaba en ella más profundo que cualquier otra cosa.
Al cabo de unos minutos Aura salió de la ducha envolviéndose en una toalla de la cual no supo distinguir bien el color, ya que la oscuridad de la mañana se lo impedía, pero no quiso prender la luz. Se vistió rápidamente con unos jeans, zapatillas y el suéter más grueso que encontró en su armario: ese día tenía un examen importante en la universidad a primera hora, antes del desayuno. Al volver al baño se obligó a encender la luz mientras cepillaba su cabello mojado, oscurecido por el agua que aún goteaba de él. Entrecerró los ojos cuando la luz tocó sus retinas y ahogó un grito al ver su reflejo.
La sensación de asfixia oprimió sus pulmones; esta vez no se debía al asma.
Tocó su cuello descubierto con mucho cuidado, recorriendo con los dedos las marcas violáceas de manos que se cerraban en torno a su garganta.
«Mientras más luches, más rápido te ahogarás», había dicho la voz mientras la ahorcaba en su sueño. Ahí estaba la prueba, rodeándole la tráquea, y eso nunca antes le había pasado. Sin embargo, su sentido del deber prevaleció y se recordó a sí misma, sacudiendo la cabeza, que ese día no podía darse el lujo de llegar tarde. Así que se obligó a no pensar en eso mientras abría de vuelta el armario y sacaba otro suéter de cuello alto. Dejó una nota para su madre sobre la mesa de la entrada y salió de su casa tapando las marcas de su cuello.
En su auto ya la esperaban listas del día anterior su mochila negra y su chaqueta favorita, por lo que partió de inmediato, con el recuerdo del sueño fresco en su memoria.
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Las sombras la acompañaron todo el camino hasta la universidad.
La carretera estaba desierta y el sol aún no salía del todo, dejando que en el ambiente todavía reinara la penumbra de la noche, lo que solo facilitaba la aparición de las sombras. Trozos de oscuridad se escurrían a su alrededor, deslizándose sin llegar a tocar a la chica. Un escalofrío la recorría cada vez que ellas llegaban, pero no le daban miedo. Era más bien como... como si las conociera.
Aura condujo todo el camino sin más ruido que el de sus pensamientos; no podía dejar de darle vueltas a las extrañas marcas alrededor de su cuello, que eran un recordatorio de la pesadilla que había tenido esa noche... y el resto de las noches desde hacía poco más de una semana.
Había comenzado despacio, gradualmente. Al principio había sido tan solo una sensación helada que le recorría la columna vertebral cuando la inconsciencia se apoderaba de su cabeza. Luego vinieron el miedo y la oscuridad. Estaba aterrada y no conseguía saber por qué. Siempre se despertaba cubierta en un sudor helado, con frío y un miedo irracional.
La siguiente noche se sumaron al sueño la desesperación y una angustia que oprimía su pecho impidiéndole ingresar a su cuerpo el aire correctamente. Lo peor vino después, cuando las imágenes comenzaron a aparecer en su mente y las sombras tomaban forma corpórea y apretaban su tráquea hasta dejarla sin aire. De alguna u otra forma siempre terminaba de la misma manera. No es que le hiciera especial ilusión, sin embargo, al ser asmática, la asfixia era algo con lo que ya estaba familiarizada; había aprendido a vivir con eso desde que tenía memoria. Estaba acostumbrada, aunque en el sueño en el sueño era otra cosa; su ahogo no tenía nada que ver con el asma, y eso la aterraba.
Aura se estremeció. No había luz a pesar de que el sol hacía rato había salido. La carretera pasaba, como siempre, por un bosque tan grande, tan alto y tan denso que alcanzaba a tapar los rayos del sol naciente, cubriendo con un aire lúgubre todo lo que lo rodeaba. El término de aquel lugar se escondía a los ojos. Un impulso se apoderaba de ella cada vez que lo veía, potenciado por la curiosidad que le inspiraba lo que se podría ocultar tras los imponentes árboles, pero -ahora se daba cuenta- había algo que le impedía ir a pesar de sus ganas de conocerlo; un presentimiento que no lograba descifrar.
Al salir de la penumbra del bosque el sol por fin le dio a la chica, golpeándola fuertemente con los rayos que se colaban a través de la ventanilla del auto.
Las sombras que rondaban a su alrededor se esfumaron con más rapidez que con la que habían aparecido, mas una permaneció intacta. Se deslizó a través del interior del coche. Era tan densa y oscura que parecía absorber toda la luz y energía que había a su alrededor. Esta se mantuvo quieta un instante y a Aura, quien no quería desviar la vista de la carretera, se le hacía difícil no alternar la mirada entre el camino y la sombra que se hallaba a escasos centímetros de ella.
Cuando la oscuridad volvió a avanzar, Aura oyó el sonido. La sombra, viscosa y negra, se arrastró hasta ella con un siseo parecido al ruido que se hace al rechinar los dientes, como si quisiera decir algo que hasta ese momento la chica había ignorado. Apenas la tocó Aura sintió cómo parte de su energía se drenaba de su cuerpo y pasaba a alimentar a la oscuridad. Ahogó un gemido y la sombra pasó a través de ella, disolviéndose en un punto entre su cuerpo y la luz que entraba por la ventana. El siseo pareció escucharse dentro de su cabeza como un suave eco, al principio, que sonaba desde lo más profundo de su cerebro hasta convertirse en un murmullo resonante, claro... y capaz de helarle la sangre hasta la médula:
«Esto no es más que el principio». Y las marcas del sueño comenzaron a arder en su garganta.
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Para cuando la chica terminó el examen, las marcas en su cuello habían dejado ya de arder y se sintió libre de dirigirse al comedor a ingerir su tan preciado desayuno.
Aunque a Aura jamás le había dado hambre tan temprano en la mañana, la cafeína seguía siendo vital para ella. El comedor no estaba abarrotado de gente como solía, pero aún era muy temprano y Aura sabía que no eran muchos los estudiantes que tomaban clases a esa hora.
La chica ubicó una mesa vacía al lado de uno de los tantos ventanales que había por todo el comedor y se sentó a beber el café que sostenía en un vaso de cartón.
Unas pocas personas revoloteaban por la cafetería. Notaba tenso el ambiente, sin embargo, la vida seguía su curso: la gente seguía hablando y caminando de un lado a otro por los pasillos de mármol; fuera, el sol se escondía tras las grises nubes que anunciaban una tormenta segura, volviendo la luz de un blanco mortecino en lugar de un cálido amarillo... Todo era normal, como cada día. Entonces, ¿por qué esa vez se sentía tan diferente?
El aire se tornó de un frío que le caló los huesos a pesar de la chaqueta y del café que la muchacha sostenía entre los dedos. De un momento a otro la temperatura bajó varios grados y la sensación de manos cerrándose en su garganta con tanta fuerza le cortó la respiración de golpe.
La chica trató de mantener la calma con bastante éxito, diciéndose a sí misma que no era más que su imaginación... pero su imaginación no solía jugarle tan malas pasadas. No había nadie a su alrededor, Aura lo sabía, sin embargo, eso no le devolvió el aire. Buscó en los bolsillos de la chaqueta el inhalador que siempre cargaba con ella dándose cuenta de que el pequeño tubo de medicamentos del que tanto dependía se había quedado junto con su mochila en el casillero.
-Maldición -masculló.
Se levantó con la cabeza dando vueltas y se dirigió a paso lento a través de los interminables pasillos. Aura quería correr y llegar junto a los casilleros lo antes posible, sabiendo que, si lo hacía, el poco aire que le quedaba ya en los pulmones terminaría por abandonarla, y no podía darse ese lujo.
En lo que parecieron horas la chica logró llegar a su objetivo, esquivando a las multitudes con dificultad e intentando actuar como si nada ocurriera. Con dedos temblorosos ingresó los cuatro dígitos de su clave y la puerta se abrió con un chirrido metálico.
Rebuscó ya desesperada dentro del cubículo notando que las manos apenas le respondían cuando sintió un escalofrío desde su espalda baja hasta alcanzar la parte trasera de su cuello. Notó cómo todo su cuerpo se paralizaba al tiempo que la sombra avanzaba pegada a su piel hasta bajar por sus brazos, enviando ligeros pinchazos dolorosos a través de sus nervios. Apenas se podía mover, pero cuando los puntos negros comenzaron a aparecer nuevamente en su campo de visión fue cuando se dio cuenta de que había dejado de intentar respirar siquiera.
Con la vista nublada y tratando de hacer caso omiso a la sombra logró encontrar el inhalador dentro de su mochila. El alivio la recorrió por un segundo antes de que otra sombra, aún más oscura y fría que la anterior, comenzara a sisear cerca de su oído, poniendo sus nervios a flor de piel. Entonces, cuando la tocó, Aura pegó un salto y el inhalador se le escurrió entre los dedos. El escaso aire que le quedaba en los pulmones terminó por abandonarla y Aura se tambaleó. Se sentía mareada.
Intentó calmarse y volver a respirar, ver dónde había caído el inhalador, pero la visión se le hacía tan borrosa que lo único que distinguía aparte de la oscuridad de las sombras que se deslizaban a su alrededor eran los colores borrosos de las cerámicas. Las piernas no le respondían. Si intentaba agacharse en busca del inhalador... ¿se caería?
Una mano en su hombro la sobresaltó aún más y las sombras se esfumaron de golpe, como si nunca hubiesen aparecido. Y, como si jamás se hubiera ido, el aire regresó a sus pulmones.
Su vista demoró un instante en despejarse.
-¿Estás bien? -preguntó una voz seca tras ella.
Se llevó una mano a la cabeza, sintiendo el latido de su corazón en las sienes, respirando por fin. Lentamente logró darse la vuelta sin tambalearse. Frente a ella se hallaba un chico que nunca antes había visto; estaba segura de ello. Tenía el cabello negro como el carbón. Su piel brillaba de un pálido grisáceo a causa de la luz blanca que iluminaba los pasillos, y la escrutaba con unos ojos de un color intenso y oscuro que, Aura juraría, era morado. Lo veía delante de ella, sin embargo, no sabía cómo era posible que alguien los tuviera de ese color.
Aura asintió con la cabeza, su respiración aún acelerada, ingresando tanto oxígeno a su cuerpo como este se lo permitiese. Ambos se miraron directamente por una eterna fracción de segundo. Los ojos color púrpura del chico la observaban con un brillo particular que ella no supo identificar. Aura no sabía cómo sería su expresión, aunque sentía que la tormenta en sus ojos grises recorría las marcadas facciones del muchacho que tenía delante con curiosidad. Él desvió la vista hacia el suelo, rompiendo el contacto tan repentinamente que Aura parpadeó, siguiendo su mirada hasta el inhalador que se le había caído cuando las sombras llegaron. El chico se agachó con una expresión aún más extraña en el rostro; a Aura le era imposible saber qué pensaba.
-¿Es tuyo? -le preguntó con el mismo tono neutral que había utilizado un momento antes.
Aura lo examinó con la mirada durante unos segundos antes de asentir lentamente con la cabeza. Apenas se atrevía a hablar. No por timidez, sino porque tenía la sensación de que no le saldría bien la voz si lo intentaba. Había algo en él que la hacía desconfiar.
Le devolvió el inhalador y por un momento los dedos de ambos se rozaron, haciendo que un escalofrío recorriera el cuerpo de la chica. Guardó con prisa el pequeño tubito azul en uno de los bolsillos de su chaqueta oscura y cruzó los brazos delante de su cuerpo sin despegar los ojos del chico y dándose cuenta, extrañada, de que ya no le costaba respirar en lo más mínimo.
-Gracias.
El muchacho asintió frunciendo el ceño, como si lo desconcertara el hecho de escuchar su voz. La miró una vez más con aquella expresión extraña. Parecía que por su cerebro pasaban a la vez todas las preguntas para las que no tenía respuesta y se dio la vuelta despacio, alejándose por los pasillos hasta convertirse en no más que una oscura silueta y desaparecer frente a sus ojos. Tan pronto como se hubo ido, las sombras regresaron. Aura había visto sombras desde que tenía memoria y nunca la habían asustado; siempre las había sentido como si fueran, de algún modo, parte de ella. Pero esas no, esas sombras eran distintas. No le parecían familiares en absoluto, más bien le resultaban extrañas.
Externas, maquiavélicas... frías.
Ellas siseaban, y murmurando se deslizaron por el piso blanco, absorbiendo luz y energía del ambiente. Se arrastraron hasta perderse de vista... Una permaneció ahí, quieta, como si quisiera destacar sobre el susurro de las demás:
«Esto no es más que el principio».
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