enas acababa de abrir y esperé a que me prepararan un desayuno compuesto de huevos revueltos con salchichas, café y pan. Después de desayunar me siento mejor
orilla del río el cual tiene un frente muy ancho y su agua siempre
sería una pequeña caminata, me ha quitado mucho tiempo. Ahora me dirijo al puerto con el fin de regresar a mi pueblo. Hasta este pueblo donde vivo solo se llega por lancha, y el viaje demora cuatro horas. El ancladero está muy solo, apenas veo dos lanchas amarradas a un poste.
rer el pueblo he llegado ta
o atajo para llegar hasta mi pueblo; decidí irme por ese sendero. Camino hasta la orilla del pueblo y me
rte, porque me da la impresión de
tros que están debidamente cortados del mismo tamaño y ordenados. Dan la impresión de ser cigarrillos en su estuche. Se trata de un
ontrar la entrada de la trocha
rgo de este hay varias playas; lo de "Yacumen" se debe al nombre de un indígena que fue el primer habitante que comenzó a c
pañada? ―me pregun
―le re
muy peligroso. ―Me mira con expresión de
iro fijamente mientras espe
re el riesgo de que la muerda una víbo
poco para cumplir dieciocho años. N
r la frente. Cortar leña es un trabajo duro. Tengo deseos de sentarme a hablar con él y escuchar sus experiencias de
, y además quiero conocer la
peligro que puede correr si se encuentra con alguien sin escrúpulos. ―Me explica lo
el motivo de querer marcharme y no obtener ningún dato y tampoco lograr que desista de mis propósitos, me expl
zapatos!―dice se
idad. Le agradezco mucho p
les espero obtener suficiente energía, tres paquetes de papitas fritas, una botella de gaseosa y otra de agua. Son exactamente las diez de la mañana y he llegado a la entrada de la trocha. En este momento ya estoy tranquila, no con
, hago cuentas con los horarios; él me dijo que si me va bien lo puedo lograr en tres horas. Supongo que, teniendo en cuenta algunos tiempos de descanso, puedo llegar en cuatro horas. No
as húmedas, encuentro trechos que despiden aromas florales. Hay un árbol que se repite demasiado, tiene una forma muy particular y me recuerda el molinillo con el cual mi madre mezcla el chocolate. También hay árboles muy
hechas por pinceladas de una perfecta gama de colores. Entre ellas se destaca una excesivamente hermosa, tiene su plumaje gris en la mayor parte del cuerpo, el cuello y las puntas de las alas son negros, y sobre las mi
iminutas que tienen varios colores, parecen pequeñas artesanías. Las ardillas resultan ser un espectáculo, son dóciles y siempre están comiendo. Cuando paso cerca de ellas me miran de soslayo y siguen inmutables en lo suyo. Por fin conocí a las "chicharras", parecen mosc
mota idea de todo con lo que se enfrenta uno en la selva. También me molestan algunas ramas y arbustos que, al hacer contacto con ellos, me maltratan los brazos, por esa razón ya tengo diminutas cortadas en la piel. Busqué los audífonos y puse una melodía de Mozart que tengo gu
elegí el camino más limpio, supongo que es el indicado. Más adelante este se volvió cada vez más estrecho, hasta que llegué a un lugar donde los árboles están muy unidos y la tierra demasiado húmeda. Quise devolverme, pero he perdido el camino de regreso. Acabo de descubrir que estoy extraviada y buscando la salida me extravío aún mucho más. Me he detenido a descansar por varios minutos y pienso en la posibilidad de llamar a las chicas para avisarle
stá enojada, y cuando la veo apacible y complaciente la llamo "Rosita". Vaya sorpresa tan desagradable, mi celular no tiene señal, no logro concretar la comunicación. Intento varias veces desde diferentes lugares y la señal sigue siendo dificultosa. Dejé de insistir, sé que la única opción que me queda es continuar tratando de encontrar la forma de salir de esta selva. Miro la hora en el celular y
sobre la leche derramada". Me siento en un arbusto, miro al sol que penetra por entre los árboles y pinta de dorado sus ramas. Varios pájaros pasaron volando y se escucha un ajetreo en el aire, doy gracias por ver tantas formas de vida en este solitario lugar. Constantemente me digo: "Debo salir de aquí, debo llegar a mi c
ta el momento solo he encontrado ratas grandes, tortugas, aves, ranas, ardillas y un perezoso. Soy consciente de mi miedo y pienso que quizás estoy exagerando o que ya estoy llegando al delirio. Deseo pensar en otras cosas, pero mi mente me lleva por la línea de la tragedia y recuerdo un libro que leí hace varios años. La protagonista se llamaba "Anabela Dubois
a el momento solo he encontrado ratas grandes, tortugas, aves, ranas, ardillas y un perezoso. Soy consciente de mi miedo y pienso que quizás estoy exagerando o que ya estoy llegando al delirio. Deseo pensar en otras cosas, pero mi mente me lleva por la línea de la tragedia y recuerdo un libro que leí hace varios años. La protagonista se llamaba "Anabela Dubois",
pección y desde los conceptos de un adulto, los imagino con sus cantaletas y hablando de las malas decisiones que tomamos los jóvenes. Veo en una escena de mi mente a Zoila, mi vecina, la chismosa del barrio, la que en todo se inmiscuye diciéndome: «¡Qué loca eres! ¿Tienes aserrín en el cerebro que no puedes discernir el error de tomar una trocha sin c
o una calle principal, de un asfalto que se iba deteriorando en toda su extensión, pues, hacía un tiempo inmemorable que una gente venida nadie sabía de donde, ni por orden de quien, con unas máquinas dieron inicio a aquella obra, y luego de exactamente un mes y tres días, se esfumaron por donde mismo habían llegado, dejando una piche calle con un asfalto muy negro y de una calidad en extremo dudosa, debido a que desde los mismos pasos que e
ir con gratitud por todos y no era de extrañar, ya que alrededor del pequeño pueblo, varias haciendas se habían levantado con muchos sacrificios, como frutos de grandes esfuerzos de personas dadas al trabajo. La más grande y fecunda de todas esas posesiones que existía en aquella basta porción de fértil tierra e
rabajar para ayudar en el sustento del grupo familiar y no tenían nada de tiempo para que se les impartiera educación alguna. El colegio contaba solo con una docente, y hasta el sexto grado solo se impartía la enseñanza, ya que era una escuela rural y era solo hasta ese nivel de enseñanza para la que estaba designada. Después de alcanzada esa meta había que buscar nuevos horizontes quie
a razón del porque debería ser en su terruño donde debería el gobierno construirles un liceo, que en realidad era una imperante necesidad. Al otro lado del pueblo se levantaba con orgullo propio, el abasto del viejo Matías, como usualmente se le llamaba a aquel hombre dueño del único comercio donde se expendía lo que los pobladores necesitaban. El comercio o bodega en cuestión era denominado "Abasto Matías" y estaba escrito en un in
ra él, ya que sus errores eran siempre en contra de los clientes, y como muchísimos eran analfabetas, esos errores les favorecían y llenaban cada vez más sus arcas a costa de la inocencia y de
a en un hogar o en cualquier otra latitud. Incluso acudían los pobladores de los vecindarios aledaños, ya que no había otra alternativa cercana. Nadie en realidad acudía a aquel acopio con agrado, era la necesidad qu
en muchos kilómetros. Quien no quisiera ser víctima de Matías, sencillamente tenía que acudir a un poblado excesivamente lejos y lamentablemente casi nadie se podía dar el lujo de realizar esa travesía. Denunciarlo
expendio de todo. Semana santa, Navidad, día de esto, día de aquello, sea el día de lo que fuese, las puertas de su abasto siempre estaban abiertas desde bien temprano. El mismo se justificaba y con una razón que a la larga parecía incuestionable. Alegaba: "La gente come todos los días y yo les vendo lo que necesiten también todos los días, pero cuando es el día mío
, logrando de esta manera un jugoso ahorro. Había nacido para el negocio y moriría en él. Lo decía así cuando tocaba el tema del último día de su existencia. No tenía esposa y mucho menos hijos. Decía qu
al igual que su dedo medio, lucía un notorio color amarillento que se había formado por constate colocar allí los cigarros que día y noche consumía s
el último centavo y cayéndose de la rasca se iban a dormir a donde fuera. Era un solo bullicio los domingos y en la plaza, los pretendientes velaban como moscas a la miel, buscando a la salida del sagrado templo, la pícara mirada de alguna dulcinea que tuviera iguales intensiones. Muchísimos mat
ste derivado lácteo eran producidos en las haciendas adyacentes, lo que se reflejaba en la enorme prosperidad de los hacendados y en el notorio progreso que se sentía en los pueblos de la zona, en especial de Buenaventura. El dinero corría como chisme en aquel rudimentario mercado y los trabajadores, im
para el soberano, lo curaban todo. Se les veía solo hasta mediodía ya que, ávidos de creer en algo, los pobladores compraban todo lo que la superstición les ofrecían. Lecturas de cartas, una piedra corriente que rezada era un perfecto amuleto para el progreso, para mejoras en la salud perdida y hasta para ligar una pareja estable. Leían las "aguas" y recetaban los jarabes que ellos mismos preparaban. De esta
don José Peña se ubicaba en un inmenso sillón extensible de tibio terciopelo gris, con su eterna pipa encendida, en la enorme sala de la casona, desde donde miraba sin mucho esfuerzo, la también enorme propiedad. Perdidas a su mirada, extensos terrenos que poseían sobre sí, toda su inversión. Don José había sembrado el petróleo, ya que, después de haber trabajado por décadas en la industria petrolera, uni
do por encima de la montaña, llamando la atención de los mineros que caminan por la trocha. Imagino a mis compañeros del colegio en el pasillo hablando de mi terrible final, también pienso en la posibilidad de que nunca se sepa qué sucedió conmigo y que mi familia y las viejas chismosas del pueblo afirmen que: "esa muchacha descocada seguro se voló con un hom