ral y me la puse encima y el resto me sirvió de almohada. Trataré de dormir lo que pueda, porque los zancudos y los conciertos eternos de los grillos no me dejan me
iene muchísimas estrellas que me hacen sentir acompañada. Encontré algunas brillantes y nítidas, y las seguí observando por si tengo la suerte de ver una estrella fugaz y pedirle
deseo es que todo esto resulte ser una pesadilla y que en la realidad nunca me haya extraviado. Todo el día contuve las ganas de llorar y ahora no soporto la angustia. Mi llanto no es en sollozos controlados. Al estar segura de que nadie me oye, lo ex
otros a los de sus casas de estudios; algunos a realizar algunas gestiones, otros al gimnasio; alguien se sirve un café, prende su computador y comienza a escribir un libro. Hay miles de motivos por los cuales la humanidad madruga, y yo lo hice para extraviarme en una selva, "sí a perderme, como se dice más comúnme
demás, no se posee la esfera mágica que nos muestre cómo saldrá cada situación. A veces nos referimos al mal que deberíamos haber evitado y decimos: "si alguien me lo hubiese dicho, si mi ángel de la guarda me hubiere liberado; si el universo me hubiese mostrado tan sol
o que pueda presentarse. Cuando me acosté, la oscuridad era mayor y ahora mis ojos han adquirido algo de visión nocturna; puedo ver la forma de las ramas del árbol bajo el cual me encuentro y distinguir arbustos que se mueven por el viento. Tengo sueño, mis ojos se cierran, trato de resistir; me res
e me persiguen. Inventé varias estrategias de defensa y poco me funcionan. Logré por fin salir de allí y aparecí en un espacio infinito sin paredes, con el piso de mármol. Luego este desapareció y quedé flotando en un abismo oscuro, voy cayendo a un vacío interminable; presiento que cuando llegue al fondo, quedaré triturada tal como si fue
s más grandes sueños, el título de Especialista en Psiquiatría. Desde siempre le había gustado la ciencia médica. A pesar de que en su familia no había ningún médico; él siempre se sintió inclinado de una manera innata por esa ciencia noble. Pero no fue sino hasta que comenzó sus pasantías en el área psiquiátrica, cuando decidió que algún día seria especialista en dicha disciplina. Fue así como dio inicio al estudio de los grandes vericuetos que significan las enfermedades mentales y su tratamiento. Quería romper con los esquemas. El estudio pormeno
Diez años después, eran ya doce los médicos destacados allí, además de haber sido inaugurado el postgrado en dicha disciplina, llegando a ser jefe del servicio hasta su jubilación. A la par, cultivó su arte de manera privada, en horas de la tarde en su consultorio particular. Siempre fue muy meticuloso en el ejercicio de la psiquiatría. Concomitantemente a toda su agotadora tarea diaria, se dedicaba a la investigación y a leer buena
endió por mucho tiempo. Luego de los saludos de rigor y de presentarse, el visitante le hizo una propuesta tajante, sin rodeos. Le propuso una plaza en el cuerpo de investigaciones penales, como perito forense psiquiatra. Sería el encargado de las valoraciones psiquiátricas que fuesen requeridas por dicho cuerpo
e, ha de determinarse si el individuo que se considere autor de un hecho punible, efectivamente tiene o no la capacidad mental para responder por sus actos. Es necesario demostrar que padece alguna enferm
so de la ley actuaba en consecuencia. Era demasiado delicada su determinación a la hora de hacer un diagnóstico, ya que era muy posible la simulación de algún padecimiento para evadir la ley. Y de la misma manera, delicada era su seguridad
as veces los asesinatos, violaciones y demás desmanes, han sido protagonizados por delincuentes sin alma; dominados por un vicio que ellos toman libremente para esa finalidad. Rebeldes sin remedio, que ven en la sociedad la única culpable de sus sufrimientos de niños, sin tomar en cu
a un acto que suponía delito, era así, inimputable. No tendría que ir a prisión, ya que ellos no son responsables de sus actos. Sin embargo, permanecía latente el hecho que eran sus pacientes y quedaba a su criterio, ayudarles más allá de dar un diagnóstico certero para que el juez tomara su decisión final en la sentencia a d
chacho, de apenas veinte años, le habían diagnosticado ese padecimiento hacía menos de dos años. Era irremplazable su tratamiento. No era fácil esa terapia tanto medicamentosa, de electroshock, así como de sostén. Lastimosamente el tratamiento fue cumplido al pie de la letra, solamente durante el primer año, ya que, dada
guardia real. Nadie acudió al llamado, ya arreglaría cuentas con ellos. Se sintió desprotegido el monarca. Las voces le advertían la cada vez más cercana amenaza. Sin otra alternativa, el rey tomó en sus manos algo que estaba cerca de sí y se defendió. Su atacante quedó vencido, de una manera colosal, por aquel emperador valiente que arriesgaba su vida por su
nidad por aquel crimen, por demás pecaminoso. El hijo único, el predilecto y consentido de manera desmedida, había matado a su madre que era una santa. Esa mujer que había hecho lo inimaginable por ese muchacho. Opinaban las señoras que rodeaban el cadáver ensangrentado de aquella pobre mujer, que habí
na de maltratos y vejaciones con las que pretendían poner a raya a quien no merecía estar junto a ellos, por su actuar excesivamente cruel. Era algo así como un código de ética entre reclusos y habría que acatarlo como una religión. En virtud de cuidar una imagen y resguardar una supuesta buena aceptación, el Estado trató de evitar una masacre que ya se vislumbraba inevitable. Aislaron a aquel
a que él como ciudadano, poseía. Cuando por fin se hizo la respectiva audiencia, Elvis tomó la palabra, en ocasión de declarar apegado a la Constitución. A viva voz declaró que hacía poco más de dos años, le había sido diagnosticada una severa enfermedad mental. Tenía un informe practicado por un especialista que daba fe de lo declarado. El señor juez consideró
ron varias lágrimas por su rostro. No las apartó como lo habría hecho de ordinario. Dejó que empaparan su rostro como aceptando una derrota inminente. Al cabo de unos cuantos minutos, colocó nuevamente en su lugar aquel compendio, luego de haber guardado el retrato. Continuó recordando aquellas situaciones apremiantes que ayudó a dilucida
aron un hogar sólido, arraigado en principios cristianos. Todo transcurría apacible en la vida de aquella familia. Eran poseídos por una excelsa unión. Todos los integrantes sentían la felicidad en cada momento que compartían, porque sentían que se tenían mutuamente. Los m
o habían hecho nada malo, repetía incansable la niña. Américo no podía creer lo que acababa de escuchar. De no haber sido porque su propia hija lo hubiese dicho, hubiese jurado que era una gran falsedad. Su mujer era una excelente persona y una excelsa madre, nunca lo había dudado. La buscó por toda la casa, pero ella no estaba por ninguna parte. S
ndez mezclada con un fuerte olor a aguardiente. Américo notó que tenía los ojos inyectados de sangre. Con sobrada extrañeza, trataba de entender lo que le estaba pasando a su mujer. Era algo demasiado ins
condujese a entender, qué le había sucedido a su mujer. Era ya casi de mañana cuando por fin pudo quedarse dormido. Unos pasos en la casa le despertaron bruscamente. Confundido, trató de orientarse, ya que no
recogido en un moño estupendo. Lucía un maquillaje sublime y despedía un aroma sensual. Estaba como todos los días. En contraste con lo observado la noche anterior, se presentaba ante él una mujer muy bonita; la dama que tanto le había gustado
eso sucedió. Nada recordaba Agustina. Se sintió extraña esa mañana, al notar su ropa sucia y un desagradable sabor en su boca. Determinó la mujer, que tal vez sin darse cuenta, al entregarse a sus tant
un cúmulo de virtudes; la conducta proba la caracterizaba. Sus principios religiosos, hondamente recibidos de sus padres y de sus abuelos, eran su mayor credencial de honestidad y rectitud. Sus hijos estaban recibiendo igual enseñanza y a él eso lo engrandecía. Todos los domingos a