o dejaba de llover sólo porque le daba la gana a Pancho. Las lombrices hacían laberintos subterráneos a más no poder, para fertilizar los suelos por órdenes de él. Era forzada la polinización
turaleza ante él. Era e
s terribles consecuencias. No le importaba las secuelas de sus actos, total, llovía y se producía de todo en grandes cantidades en los espacios y en los momentos decididos por él; era eso lo único que le importaba. En ocasiones, solo por diversión, hacía ocultarse el sol y que apa
itarlo por más espinas inmensas que tuviesen, pensaba aquel ser demoníaco. Se prometió hacerlos sufrir, y vaya de qué modo. Recordó Pancho cuando era niño y los brazos de una fiebre sin paragón lo abrazaban hasta ahogarle sin remedio alguno, que en esa ocasión un pollo, mediante solo una mirada; le pidió ayuda y él intercedió ante su madre para que le perdonara la vida. De esa manera, pensó Pancho, se h
abrazos de una muerte que se les acercaba de manera irremediable. Estaban en espera de su turno para ser sacrificadas varias vacas, dos toros y cinco ovejas. Parecían ajenos a lo que les esperaba, más, el extremo temor que sentían las hacía ver calmados a los ojos de cualquier humano, pero no para los de Pancho. Era que no sabían más que hacer, como no fuera
ieron. Se acercó sigiloso y aquellos seres inocentes, miraban aterrados cuando, llevando en su poder una guadaña, descargaba sobre cada uno un certero golpe, pero no en sus cuellos, como era usual para que la muerte llegara rauda; el ataque se producía en sus miembros. Primero las patas traseras de cada uno, los lamentos no se hacían esperar y pesadamente caían
e una manera grandiosa, según él. Los primeros en pagar un pecado inexistente, fueron los pobres animales que ya habían sido destinados a entregar sus vidas, aunque no de la manera como ocurrió. Sintió Pa
sitio y de inmediato, un olor característico llegó a sus narices. El gran barullo de esos animales se posesionaba de todo aquello. Al sentir la presencia del hombre, se hizo un silencio absoluto y todas las miradas se dirigieron hacia Pancho. Los animales lo contemplaron con inmensa admir
endo del fuerte olor del combustible, se dirigían en todas direcciones provocando un tropel sin paragón, tratando de resguardarse, sin éxito; ya que el líquido se posesionaba de la totalidad del local. Acto seguido, salió de aquel
lo devoraron todo. Sentía un funesto placer, pérfido por demás, al escuchar horripilantes sonidos de los animales que eran sacrificados de una manera tal cruel, sólo para satisfacer una tonta venganza; la cual no tenía sentido de existir. Repitió la misma operación, esa vez en las caballerizas. Los dese
se hacía presente. El fantasma de la inundación inédita que habían sufrido, se hacía presente entonces, por lo que ellos le rogaban que hiciera ceder aquella lluvia atroz que hubo ordenado. Después de tantos ruegos, y cuando sintió q
a que hubo estado presente en el debilucho y enfermizo ser que había sido cuando era un muchacho enfermizo. Con el tiempo, y en virtud de que aquellas atrocidades se repetían cada vez con más intensidad y crueldad, decidieron marcharse lo más lejos posible de su lado, abandonand
n pie. Sus vaivenes sobrenaturales en busca de venganza, habían terminado con todo. Se dedicó al matadero, y si lo hizo fue por una sola razón. Compraba diariamente una buena cantidad de reses, ovejas y cerdos, para ser beneficiados en ese local, desde entonces fatídico. La crueldad de Panc
ras que por la zona posterior del cuerpo introducía un grueso pedazo de fierro, igualmente enrojecido al fuego. El sufrimiento era indescriptible, la agonía máxima. Luego de ello, cortaba las orejas, los rabos, las patas; eranacer caer una inmensa lluvia, una granizada, cualquier calamidad sobre sus predios, sino era complacida la lujuria de aquel hombre. Inevitablemente le surtían sus pedidos de animales diversos para su matadero. Y diaria
sustituto debido a su longevidad. Se acercó sigiloso y de inmediato las reses se llenaron de pánico. Las miró y les comunicó sus planes. Desesperaron las vacas tratando, sin éxito probable, de resguardarse de aquel perverso ser. Querían huir, pero sus amarras se lo impedían. Las carcajadas de Pancho increer Pancho que sucediera eso. Se concentró al máximo y con su mente daba la orden acostumbrada, pero el enorme animal no se inmutaba. No existía en ese momento dominio alguno. Todo l
a. Con una mirada férrea, se acercaba decidido hasta colocarse frente a frente con Pancho. Tenía movimientos certeros. Era como si se tratara de un hombre pero de tamaño y fuerzas sorprendentes. Con sus pensamientos, el toro desafiaba a Pancho.
. Lo arrinconó, lo examinó lentamente con su mirada. Lo despojó de aquellos objetos metálicos que llevaba en sus manos. Ordenó a una de las vacas, que dichos objetos fuesen colocados en aquella llamarada que antes, él había encen
mo. Aunque no podía mirarlo, sentía su respiración rodeándolo. Aquel resuello se acercaba cada vez más. Lo sentía demasiado cerca. El enorme toro pidió nuevamente que calentaran los fierros al máximo. Lo tomó
lo que había quedado de la parte trasera de aquel cuerpo. Lo envestía con furia destrozando más allá de lo que lo había hecho el fierro candente. Cansado de la monotonía y sintiendo a Pancho agonizante, le cercenó la yugular con una certera puñalada. La sangre se vertió y momentos después, se apagó la vida de Pancho. Su venganza había ido demasiado lejos. Los animales se despojaron de sus amarras y salieron en post de la liber
mosquito en mi brazo izquierdo, hizo un pequeño recorrido, se levantó, dio un pequeño vuelo y regresó de nuevo; me quedé inmóvil observándolo. Dio tres giros alrededor de mi brazo, se asentó y se acomodó bien, me picó, sentí fastidio; pero me contuve para que ganara confianza. Se puso rojo y redondo con mi sangre,