os de m
as a Valencia
encia a Caraca
dedos. La habitación comenzó a da
su vida, comenzaron a dar vueltas delante de sus ojos, mezclándose con la voz de Ana, que le llegaba
ro vuelco. Y en esa ocasi
ina de Cassandra, dejó una humeante taza de té en la mesa d
Todo el mundo lo hacía. Ninguno de sus amigos sabía que tenía cambios de humor bruscos. Ni que se mantenía alejado de casa a prop
ó la taza, aferrándose a su calidez-. Creo que m
hasta entrada la noche. Ese era el primer momento de tranquilidad del que Cassandra podí
iempo que se apartaba la melena pelirroja por encima del hom
na mano y parpadeó para contener las lágrimas que amenazaba con derramar. No pensaba ceder al impulso. En ese momento no
estaba de acuerdo, pero tenía un millar de cosas en la cabeza que nada t
o con la suya, que des
de sobra p
lveré loca. -Se echó hacia atrás e
tiempo. No puedes tomar
-Cerró los ojos con fuerza-. Él tomaba todas
o y medio, con lo del accidente. Por supuesto que tomaba todas l
excusa para ocuparse de la economía doméstica, para encargarse de que ella nunca estuvie
a haber tenido un papel más activo porque así habría estado más preparada para lo que debía
apoyó los codos en ella antes de sujetarse la cabeza con las manos. Sabía que tenía que alejarse de esa casa todo lo posible. Llevaba meses s
lía la cabeza. Esa noche no iba a tomar el anal
puedes irte sin más. La f
na carcajada c
enas acepta que tiene un nieto. No es la clase de familia que qui
. Por favor. -Sus ojos castaños, rebosantes de p
ar, una sensación que llevaba mucho tiempo enquistándose en su interior. Que llevaba
dio un apretó
ó la taza de té, que no había probado, al fregadero-. Necesito echarme un rato.
e y le colocó las m
ya está dormido en su cama, pero podría llevá
a, donde su hijo de cuatro años estaba dormido, y después negó con la cabeza. T
uedarme con él por si se
s, Cassandra. Que no se te olvide. Si neces
se obligó a esbozar
ar el sonido de la puerta de roble al cerrarse, Cassandra se volvió y contempló la