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Jimmy es un hombre capaz de domar a cualquier mujer, excepto una... Una que por circunstancias de la vida termina siendo su esposa doce horas después de haberla conocido. Esa misma noche se dio cuenta de que, en lugar de mujer, parece un gorila salvaje del tamaño de una pulga, y de allí sacó los apodos para ella; sin embargo, Salomé no es nada estúpida y aunque ese "pimpollo" cree que puede hacerle bromitas pesadas, ella no se queda atrás y le da a beber de su propia medicina, pero..., ¿podrán resistir ambos la tentación de vengarse 🔥😈 del otro? El destino es perverso y pone todo a juego para unirlos a pesar de que se odian, pero al que no quiere sopa, se le dan dos tazas... Una historia en la que queda demostrado que del odio al amor, solo hay... lo que venga primero...🥵
-¡Mis gemelas! -gruñó Jimmy, doblándose de dolor antes de caer tendido en el suelo.
-¡Maldito imbécil! -gritó Salomé, después de haberle estampado el dorso de su pie derecho en la entrepierna-. Ten mi bolso, Sayda.
Según ella, él le había tocado el trasero cuando estaba entretenida hablando con sus dos amigas, cerca de la barra de ese club que visitaba con frecuencia los viernes cada quince días, con el fin de emborracharse hasta olvidar su apellido.
Sin quedarse conforme con eso, se abalanzó sobre el hombre que yacía en el suelo, sujetándose aquello con ambas manos mientras gruñía, quejándose de dolor, y se sentó a horcajadas sobre él; o más bien, sobre su amiguito agonizante. Comenzó a golpearlo en el pecho con los puños y jalarle el cabello, al mismo tiempo que le gritaba un montón de palabras obscenas.
-¡Yo no fui, demonios, yo no fui! -gritaba el chico, tratando de cubrirse el rostro con las manos, apretando al mismo tiempo las piernas en un intento de esconder sus partes nobles para que Salomé no terminara de magullarlas y aplastarlas con su peso.
-¡Eres un maldito atrevido!, ¡pagarás por eso y no saldrás de aquí sin entender que mis pompis no se tocan! -repetía ella una y otra vez mientras intentaba atinarle a la cara del hombre al menos una vez.
Jimmy parecía estar bastante bien entrenado para esquivar golpes de mujeres ofendidas, porque lograba librarse de sus puños en cada acometida que le daba, hasta que por fortuna, alguien la sujetó de los brazos por detrás y la jaló para quitársela de encima al pobre chico que rogaba por su vida.
-¡Oye, cálmate, tranquila, él no fue! -afirmó el rubio que la reprimía con fuerza intentando calmar a la fiera en la que se había convertido, pero Salomé parecía poseía por Hulk.
Su piel se estaba poniendo verde, mientras seguía pataleando y gruñendo de rabia hacia el chico que intentaba levantarse del suelo, tras haberse liberado de su peso.
Ella no toleraba que ningún idiota se pasara de la raya tocándola sin su permiso, y cuando sintió esa mano rozar su nalga derecha con tanto descaro, lo primero que hizo fue girarse para darle una patada en los testículos al desgraciado que se atrevió a ofenderla; sin embargo, ese mismo desgraciado resultó ileso, cuando por casualidad, Jimmy estaba pasando por ahí para su mala suerte, y recibió el doloroso golpe que lo hizo doblarse de dolor y tirarse al suelo enseguida. Salomé le había dado en el blanco al objetivo equivocado...
-¡Estás loca! -voceó Jimmy, sobándose las partes del cuerpo dónde los puños de Salomé habían dejado pulsaciones dolorosas, mientras la miraba con rabia y dolor frunciendo el ceño-. ¡¿Acaso usas los zapatos de Terminator?!
Para ese momento, la chica ya se había tranquilizado un poco y parecía que Hulk empezaba a abandonar su cuerpo poseído, porque el color rosado en sus mejillas se hizo presente nuevamente, poco a poco, a medida que su respiración también empezaba a normalizarse. Miraba con confusión a Jimmy y a sus amigas que se encontraban a cada lado suyo, apoyándola con caricias en los hombros, como si apenas se enterara de que había cometido un error.
-Si no fue este idiota, ¿entonces quién lo hizo? -cuestionó con enfado-. ¡Sal cobarde, da la cara!
Miraba a su alrededor buscando al agresor, pero era obvio que este ya no estaba allí; había tenido tiempo suficiente para escapar del lugar, mientras ella utilizaba a Jimmy como saco de boxeo injustamente.
-Amiga, el que te tocó el culo ya se fue -dijo Saray-. Lo vieron escapar por la puerta principal; tan pronto vio que te abalanzaste sobre este chico, huyó de inmediato. Sayda y yo quisimos advertirte que le diste al equivocado, pero no nos escuchabas. -Le explicó preocupada el malentendido, y su amiga número dos, a la izquierda, solo asintió dándole la razón a su hermana gemela.
-¡¿Ves?, yo no fui, todo el mundo se dio cuenta, tú fuiste la única que no!, ¿siempre reaccionas tan salvaje?, ¿con qué te alimentaban de pequeña?, ¿espinaca con ají? -Jimmy parecía querer asesinarla con la mirada mientras trataba de organizarse la ropa arrugada-. Deberías visitar un psiquiátrico, conozco uno muy bueno, no vaya a ser que tu nueva víctima sea un pobre flacucho que no tenga estos músculos.
Su mirada acusatoria se clavó en los ojos de Salomé por última vez antes de darse la vuelta y salir, seguido de su amigo que se encontraba a las espaldas de la chica, temiendo también ser golpeado por haberla sujetado de los brazos para salvarlo.
Salomé giró su rostro para apreciar por última vez a su víctima antes de que atravesara la puerta de salida del club; luego se llevó las manos a la cara y pasó los dedos entre su cabello liso, llevándolo hacia atrás, mientras se sentía como una completa tonta por haber reaccionado de una manera tan precipitada, golpeando al sujeto equivocado.
Todos los ojos presentes en el club la recorrían de arriba abajo mirándola con burla y cierto temor, como si en realidad fuera una loca que escapó de un psiquiátrico y en cualquier momento podría abalanzarse sobre ellos, al notar las miradas acusatorias que le lanzaban.
-Vámonos, no quiero estar más aquí. -Tomó su bolso de la mesa junto con su chaqueta que yacía colgada sobre el sillón, dónde había estado bebiendo hace un rato con sus amigas y salió del lugar, acompañada de ellas que la seguían como a la líder de la manada.
En realidad eso era, ya que siempre era ella quien tomaba las decisiones de las tres, daba consejos y ofrecía apoyo cuando las dos hermanas lo necesitaban.
Salomé podía permitirse muchas cosas al ser la heredera de una inmensa fortuna que le dejaron sus padres al fallecer; sin embargo, su tía paterna, quien se había quedado a cargo de la empresa por decisión de ellos, no le permitía tener el control total de su vida, ya que de ello dependía el futuro de la empresa, que era el sustento de los pocos integrantes que quedaban en su familia. Los padres de Salomé pensaron que al ser una chica de veintiséis años, (la cual a veces parecía tener una tuerca desajustada y tenía la rebeldía de una adolescente), no sabría qué hacer con tantas responsabilidades, así que le cedieron el control de la empresa a su tía Victoria, incluyendo, aunque de manera indirecta, su vida personal.
Las tres chicas tomaron un taxi y se fueron directamente a la casa de Salomé, sin siquiera pronunciar una sola palabra de lo sucedido en todo el camino.
Sayda y Saray conocían a la perfección el carácter de su amiga y sabían que por muy alegre que ella fuera, lo mejor era no hablarle cuando estaba tan enojada y mucho menos mencionar el tema que la llevó a estar en ese estado. Debido a esto, el silencio reinó hasta que ambas pisaron nuevamente la calle, bajándose del taxi, y caminaron hacia la enorme entrada de la lujosa vivienda de Salomé.
La enojada chica puso su dedo índice sobre el lector de huellas y el enorme portón corredizo se abrió enseguida, cediéndole el paso a ella y a sus amigas. Las tres caminaron por el jardín interior de la casa, y en la puerta principal, la líder del grupo hizo lo mismo, con la diferencia de que el sistema de seguridad de aquella puerta estaba diseñado especialmente para reconocer, no su huella dactilar, sino sus labios.
Sacó un pañito húmedo y limpió el lector, que tenía la forma de una bonita boca, la cual había sido diseñada por ella misma; presionó sus labios contra este como si estuviera dando un beso, encendiendo la luz verde inmediatamente, y la amplia puerta principal reforzada se abrió ante ellas para darles paso al interior.
Ya estando adentro y habiendo dejado su bolso sobre uno de los muebles, corrió hacia la cocina, abrió la nevera y bebió agua directamente de la jarra; lo hizo tan rápido que un par de chorros se escurrieron por las esquinas de su boca, llegando hasta su cuello para luego colarse entre sus pechos.
-¡Ufff!, está fría. -Se estremeció luego de un suspiro para tomar aire, al sentir el agua helada, resbalando por su piel sensible que se erizó de inmediato-. ¡Qué calor!
-¿Ya se te pasó el enojo? -preguntó Saray al notar que el líquido bendito había suavizado la expresión en su rostro.
Ella seguía bebiendo de la jarra de la misma manera, dejando escapar algunos gemidos delicados, cuando un nuevo par de chorros de agua fría se colaba entre sus pechos, hasta que, al meditar sobre la pregunta de su amiga, la inevitable risa que la invadió, la hizo escupir una bocanada de agua que había acabado de entrar a su boca.
-¡¿Vieron cómo dejé cojeando a ese niño bonito?! -preguntó tratando de contener la risa, mientras dejaba la jarra de agua sobre el mesón y se limpiaba los restos de líquido en los labios.
-Pobrecito, ¡casi lo matas! -comentó Sayda, dejando escapar también una carcajada que llevaba tiempo escondiendo por temor a su reacción.
-Es un idiota, se lo merecía, ¡quién lo manda a atravesarse justo cuando iba a golpear a alguien más! -No podía contener su risa divertida, mientras hablaba tratando de justificarse ante su propia conciencia que la reprendía una y otra vez, haciéndole entender que lo que hizo había estado muy mal.
-A mí me dio pesar, el pobre estaba muy lindo, habría podido tener hijos preciosos si tú no hubieras hecho tortilla con sus huevos -dijo Sayda con pesar, mezclado con una inocente burla.
Se quedó pensativa un momento, mientras trataba de recordar las facciones de ese hombre que había golpeado injustamente, pero lo cierto es que su rostro se quedó impregnado en su memoria como un tatuaje, aunque no supo si fue por la expresión de dolor y enojo que él tenía hacia ella, o porque en realidad sí estaba demasiado guapo; sin embargo, alejó este último pensamiento con una sacudida de cabeza en cuanto le atravesó la mente.
No tenía que estar guapo. Era un idiota que se había atrevido a llamarla loca y afirmar que necesitaba internarse en un psiquiátrico. Al recordar esa horrible frase que le arrojó ese niño bonito, no pudo evitar hacer un mohín por el disgusto.
«Idiota, muñeco de porcelana»
Recordó la piel de su rostro, que a pesar de estar arrugado de furia, se veía tan suave y tersa que parecía la de un bebé, pero nuevamente alejó los pensamientos de aquel chico apuesto de su cabeza. Definitivamente, no era su tipo...
Los siguientes minutos trató de que sus amigas no volvieran a mencionar el tema, pero cuando por fin se marcharon y se disponía a ir a la cama para dormir, esos ojos color miel volvieron a hacer presencia en su mente, obligándola a volver a bajar a la cocina para beberse otros dos vasos de agua fría.
No sabía por qué ese rasgo que él poseía y era tan común en la gente, la hizo tener esa sensación tan extraña.
Había visto tantos ojos de ese mismo color, que no entendía qué le sucedía con ese único par que había podido contemplar en ese hombre, cuando lo tenía debajo de ella, recibiendo sus puñetazos y jaloneos de cabello; sin embargo, se acurrucó en su cama como siempre lo hacía y cerró los ojos con la intención de quedarse dormida.
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