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Daniel, un hombre acostumbrado a jugar con las mujeres sin remordimiento, ve su mundo trastocado cuando conoce a Serena, su prima huérfana que ha llegado para trabajar como sirvienta en su casa. Al principio, él solo la ve como otra conquista fácil, pero la dulzura e inocencia de Serena despiertan en él sentimientos que jamás imaginó. Mientras ella, sin sospechar sus verdaderas intenciones, empieza a enamorarse de él, Daniel se debate entre continuar con su juego o admitir que, por primera vez, una mujer ha logrado doblegar su corazón.
En la ciudad de Londres reside la distinguida familia Reed, propietaria del Imperio Reed Company. Esta familia sostiene la creencia de que ser dueños del mundo les confiere el derecho de actuar sin restricciones con quienes deseen, sin tener en cuenta los sentimientos de los demás. Este punto de vista, en particular, era compartido por Daniel Reed, el primogénito de la familia.
-¡Vaya, hermanito, te atreves a aparecer!
Daniel se percató como las presentes lo observaron. Su hermana y sus cuatro empleadas, quienes estaban sorprendidas al ver al hijo mayor de la familia en casa.
Él miró a su alrededor con desdén mientras se adentraba en la opulenta sala de estar de la mansión Reed. La mirada desafiante de su hermana, Emily, no hizo más que alimentar su ego.
Daniel lanzó su maleta para que una de las empleadas se ocupara de ella mientras se despojaba de su chaqueta de cuero. Se recostó en el sofá echando un vistazo a la empleada que tenía delante.
-Siempre me esfuerzo por hacer una entrada espectacular, hermanita. ¿No es así, ladies? -dijo con una sonrisa burlona mientras las empleadas bajaban la mirada, incómodas.
Emily, cruzando los brazos, no dejaba de mirarlo con reproche.
-Daniel, has estado desaparecido durante meses, y ahora decides aparecer como si nada. ¿Papá cree en serio que haces algo de provecho?
-Em, tranquila. Papá sabe lo suficiente de mí y con eso debería bastarle -respondió, moviéndose con despreocupación hacia la empleada más cercana-. Tráeme algo de tomar, estoy sediento.
-Sí, señor.
La casa estaba igual a como la dejó hace unos meses, lo único que había cambiado era la mesa del comedor. Seguramente su madre debió cambiarla por una más grande y así pudiera caber toda la comida que ahora estaba atiborrada en ella.
Daniel sonrió y miró a su hermana, quien lo seguía viendo igual que antes. Emily detestaba la forma en que se comportaba, a sus ya veintitrés años seguía actuando como un niñato de cinco. Siempre haciendo lo que quería y lo peor era que sus padres creían todas las mentiras que les decía.
-¿Por qué no vendría? ¿A caso no fueron ustedes los que me llamaron? -Daniel alzó una ceja.
Emily puso los ojos en blanco.
-No sé, pensé que harías lo que quisieras, como siempre, y te irías por ahí, haciendo lo que te gusta...
"Joder, ¿haciendo lo que me gusta, dijo?" Sí, eso hubiera resultado mucho mejor para él. Ir a algún club y follar con alguien toda la noche, era mucho mejor que regresar a casa y ver la mala cara de su hermana.
Pero debía volver a casa al ser llamado por su padre. Él era el hijo modelo ante sus ojos y no podía permitir que eso cambiara.
-¿Por qué lo dices, hermanita? ¿Hay alguna de tus amigas que esté disponible? -Daniel rio con burla.
-Idiota. -Emily masculló enfadada.
Daniel continuó burlándose de su hermana mientras la tensión en la sala aumentaba. La empleada regresó con una bandeja que sostenía una copa de whisky para Daniel.
-Aquí tiene su bebida, señor Reed -dijo manteniendo la compostura a pesar de la incomodidad en el ambiente.
-¿Vas a tomar a esta hora? -Emily lo reprendió.
-Tranquila hermana, solo es una copa.
Emily frunció el ceño ante el comentario de Daniel. Tan insoportable como siempre.
-Entonces, Emily, ¿alguna novedad en esta casa? Además de la evidente remodelación del comedor, por supuesto.
Emily suspiró, intentando mantener la calma.
-La vida sigue, Daniel. Mamá ha estado ocupada con la empresa y, bueno, ya sabes cómo es papá.
-Ah, el gran patriarca Reed, siempre tan encantador -comentó Daniel con sarcasmo.
Caminó hacia el comedor vacío y se sentó en una de las sillas, comenzando a comer todo lo que le pusieran en frente. Si hoy no habría sexo, al menos comería todo lo que quisiera. ¿No?
Tomó un plato y colocó ternera, puré de papa y ensalada. Estaba a punto de llevarse la comida a la boca cuando escuchó la voz de su padre, deteniendo el cubierto a medio camino.
-Daniel, que bueno verte a buena hora, ¿cómo te fue en Boston?
La voz de su padre hizo que se pusiera de pie en seguida. Fingió la mejor sonrisa que le era capaz de transmitir. Por otra parte, su madre también estaba presente, mirándolo seriamente, repleta de todas esas joyas finas que adornaban su cuello, orejas y muñecas.
-Perdón, creí que vendrían más tarde, por eso comencé a comer. El viaje fue largo. -Saludó a sus padres, mirando su plato de comida sin tocar-. No pasó nada interesante en Boston. Los negocios fueron cotidianos y las juntas aburridas, pero créeme que puse todo de mí.
Y así lo había hecho al salir de fiesta todas las noches, tomar hasta que no pudiera más, mientras bailaba, tocaba y follaba con quien se le pusiera en frente. Y no solo de noche, porque de día también disfrutaba de la piscina, el sexo acuático, llevando a su habitación a cualquier mujer. Asistía a las juntas de trabajo como le había ordenado su padre, donde también hacía de las suyas, al coquetear con mujeres mayores de la junta.
Daniel había hecho lo mejor de sí, de eso no había duda alguna. Los presentes se sentaron alrededor con él, en el comedor.
-Qué bueno que estés interesándote de más, es por el bien tuyo y de la empresa que sepas lo que conlleva hacer negocios importantes. Tarde o temprano Reed Company será tuya y será tu responsabilidad hacerla crecer más. -Su mamá dijo el mismo discurso de siempre. Levantó la mano para llamar a una de las empleadas-. Sirve el vino y llévate algunos platos que están de más.
"¿Hacerme cargo de la empresa?" Eso era la mayor estupidez que había escuchado en su vida, pero no podía decir nada, simplemente comenzó a comer, mientras maldecía en su mente. Si había aceptado ir a Boston fue solo por dos razones.
La primera era que podría ventilarse las neuronas y follar con extranjeras, y la segunda, obviamente, era que si no lo hacía, su padre era capaz de amputarle los testículos y desheredarlo.
La atmósfera en la mesa se volvió más formal cuando las empleadas retiraron los platos sobrantes y sirvieron el vino. Daniel intentó disimular su desinterés, pero no podía evitar pensar en cómo preferiría estar en cualquier otro lugar en ese momento.
Su padre continuó hablando sobre los planes para la expansión de la empresa y las nuevas oportunidades de negocios. Daniel asentía de vez en cuando, pero su mente divagaba hacia otros pensamientos, especialmente sobre cómo escapar de la reunión familiar para disfrutar de su tiempo libre.
Su madre no pudo resistirse a preguntar:
-Daniel, ¿hay alguna mujer especial en tu vida? ¿Alguna que te haya conquistado?
Daniel soltó una risa corta y miró a su alrededor con una expresión de desdén.
-Madre, las mujeres vienen y van. No me ato a ninguna. Hay muchas oportunidades y no veo por qué debería limitarme a una.
Su padre carraspeó, visiblemente molesto por la actitud de su hijo.
-Daniel, la familia Reed siempre ha sido respetada en la sociedad. No puedes comportarte como si no hubiera consecuencias para tus acciones.
-Relájate, papá. Siempre cumplo con mis responsabilidades.
Emily rodó los ojos y murmuró algo inaudible, pero su madre la miró con severidad.
-Tráeme un vaso de jugo de naranja con tres cubitos de hielo. -Emily se cruzó de piernas, sin prestar atención a la comida que se encontraba en su frente-. Pero rápido, porque me duele la garganta.
La anciana asintió de inmediato, moviéndose seguramente hacia la cocina.
-¿Y cómo están los negocios por Boston, hay mucha aceptación?
Daniel no movió su mirada de su plato, solo continuó comiendo de forma brusca y tomando algo de ensalada.
Le valía mierda la aceptación que los negocios tengan en Boston, pero no podía escupirlo de esa manera.
-Claro, hay aceptación por todas partes...
-Lo sé, pero no sé si será bueno arriesgar mucho dinero ahí. Tendría que analizarlo mejor en la próxima reunión. -Su padre interrumpió, bebiendo un tanto de su copa-. Sí,
definitivamente, tengo que empezar a esparcirme y Boston es una buena idea.
Sí, mientras a él no le faltara dinero, su familia podía construir todas las empresas que quisiera y restregarse en ellas también.
Tenía ganas de salir de esa casa, subirse en su deportivo, largarse al club más cercano y mandar todo este numerito barato de cena familiar muy al diablo. Pero tenía que tolerarlo; además, sus padres no tardarían en hacerse humo el día siguiente y volar en avión a algún otro país, dejándolo libre en casa.
El solo sentir la libertad de nuevo, le hizo exhalar de golpe, mientras se vertía todo el vino en los labios. Daniel frunció el ceño cuando se percató que el vino no tenía ni una gota de alcohol.
¿De dónde coño lo habían sacado?
-Daniel, no bebas tan rápido.
El hombre lo reprendió ahora enviándole una mirada severa. Sin embargo, Daniel solo atinó a jugar con la copa entre sus manos, logrando divisar su propio reflejo en el cristal: su camiseta Blanca, sus vaqueros negros y su cabello desordenado por el viaje.
Menuda mierda estaba hecho, aunque seguramente a muchas las pondría calientes el verlo de esa manera.
-¿A qué hora piensa traerme el jugo? ¿No lo va a traer nunca?
El mujeriego muchacho colocó los ojos en blanco, girando su cabeza hacia la cocina. Sus ojos negros se movieron desinteresados y estuvieron al borde de regresar a su plato cuando algo en la cocina captó rápidamente su atención, lográndolo hacer que se relamiera los labios.
¿Estaba viendo bien? ¿Ese trasero voluptuoso que tenía frente a sus ojos le pertenecía a alguien en su casa? Sus labios se humedecieron con su lengua nuevamente, mientras no quería perderse ningún movimiento de ese bien proporcionado trasero.
¡Vaya, vaya! ¿había alguna invitada no presentada en la casa o su visión se había vuelto pornográfica y estaba alucinando traseros perfectos?
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