Cuando la humanidad deje atrás sus egoísmos podrá construir un mundo edénico. La muerte será burlada, por cuanto cambiaremos de cuerpo cuando el que tengamos se vuelva inservible. Las leyes del matrimonio no serán necesarias. El crecimiento poblacional no será un problema. El trabajo NO será una obligación y nuestras necesidades básicas serán cubiertas por un sistema tecnológico que lo dominará todo, llamado INGEVERSO. Sin embargo esta sociedad super-civilizada del futuro se siente frustrada por cuanto el ser humano ha descubierto que no puede alejarse del Planeta madre, pues nuestra psiquis está atada al campo magnético terrestre, como por un invisible cordón umbilical y alejarse demasiado hace caer a los astronautas en un estado cataléptico. También otros peligros inéditos pondrán a este mundo del futuro al borde del colapso.
Basailk Gormu hace descender gradualmente su nave, hasta posarse justo al borde de los acantilados, cerca de donde rompen y espuman sus rizos las olas de un océano color rojo granate. No muy lejos de allí, una pandilla de chicos requemados por el sol alborota la mañana, entretenidos en sus juegos.
La pequeña Isthar, con su forma de octaedro, atrae la atención de los pequeños, que en un instante llegan y le rodean plenos de curiosidad. Gormu salta fuera de la escotilla y les hace un gesto cómplice, con el índice sobre los labios y estos, por suerte, establecen silencio y solo se limitan a observar.
Chasquea los dedos y la arena en torno a él se levanta, se arremolina y enseguida cae progresivamente, formando un montículo bajo el cual queda oculta la nave . Luego se sacude las manos, arregla su túnica y comienza a escalar el muro rocoso del acantilado. Un minuto después, se asoma al paisaje de un extenso y caliginoso desierto, que parece ondular sus alcores hasta el infinito.
Las tiendas del campamento beduino retrotraen gratos recuerdos, que giran como torbellinos en la mente de Gormu.
– Hay felicidad aquí–masculla para su coleto. .
Sacude sus manos, satisfecho y avanza por la arena, que, gratamente cálida, le cosquillea entre los dedos de los pies.
«Hay felicidad aquí», vuelve a murmurar para sus adentros. Se esfuerza en creer que ya cesaron los peligros; intenta tozudamente ignorar la sombra de duda que le persigue.
La majestuosa tienda de Samul y Nohemí aparece resguardada entre palmeras atiborradas de dátiles. Gormu va tirar de la campanilla de la entrada, pero detiene el gesto y voltea a ver de nuevo las distancias. La desolada extensión que se encrespa hacia el horizonte infinito y aquel mar como sangre le dan la ilusión de un paraje recóndito y desconocido de otra Galaxia. Como regresar a la profundidad de un tiempo, que solo existe tras los velos de su mente.
– ¡Almirante Basailk Gormu!
Inconfundible es la voz atronadora a sus espaldas. Al voltear, ve a un sujeto de luengas vestiduras y turbante blanco entre las cortinillas de la entrada. El hombre le sonríe con ojos entrecerrados y avanza hacia él.
– ¡Sin dudas querías sorprenderme! –rezonga– Es un milagro. Demasiados años...no habías vuelto a salvar estas distancias...
El abrazo impetuoso da la impresión que llevan largo tiempo sin verse. Pero se ha encontrado hace apenas dos días con Samul en casa de Xena, en el habitual banquete de amigos de cada semana. Donde, por cierto, y por desdicha, la propia anfitriona Xena ha estado ausente.
Lo real es que, por diversas causales, Gormu lleva veinte años sin poner los pies en la tienda de Samul, quien compone una parte insustituible de su historia personal. Porque se ha hecho costumbre que siempre sea Samul quien los visite.
– ¿Tan fácil te ha sido reconocerme? –se lamenta Gormu–Entonces todo mi es esfuerzo por cambiar fue en vano.
–Te sorprendí mirando las lejanías amigo. ¿Quién sino tú podría extasiarse con este aburrido paisaje? Pero tu apariencia es avasalladora, lo digo con franqueza, sin dudas ella no se te resistirá...–Samul se detiene, se le acerca para hablarle al oído y baja la voz hasta el susurro.
–Te cuento que Nohemí ya no está por acá–advierte y le guiña un ojo pícaramente–Nueva inquilina en la casa.
–Me gusta estar de regreso–proclama en voz alta el Almirante, disimulando lo que acaba de oír.
Samul suelta una sonora carcajada, mientras lo acompaña adentro.
Las cortinas dan paso a una amplia estancia pavimentada de alfombras y saturada con aromas orientales. Se escucha música de laúdes y tamboriles. En los regios tapices fluyen panoramas en movimiento. En ese minuto muestra un curo de muchachas bailando raks sharki. Sus vientres sudorosos convulsionan al ritmo de los tamboriles.
–Bienvenido a mi humilde choza–tercia Samul– Vaya que te ves radiante. Juro que la próxima vez que renueve, voy a copiar ese estilo en todos los detalles.
El Almirante sonríe de la ocurrencia. Samul nada tiene que envidiarle, de cierto. Es un vigoroso mozalbete de unos cien kilos de peso y estatura superior al promedio. Exhibe un fenotipo midráxtico, de incisivas líneas en el rostro, ojos redondos y cabello castaño entorchado como nidos de gorrión. Lo remata una barba mediana, entre platinada y castaño oscuro. Sus ojos, de pupilas rojizas y párpados siempre entrecerrados por el exceso de luz del país, suelen expandirse como platos al estar a la sombra.
Gormu no puede esperar para comentarle a Samul sus temores respecto a cierto personaje, el cual ni siquiera se atreve a nombrar.
–Es un genio del mal–comenta– ¿Qué se puede esperar de él? Podría haberle hecho daño a Xena, mantenerla retenida.
–Bien sabes que eso es imposible...–le calma Samul– además, no lo creo capaz, el hombre se ha reformado.
– Ya no digas nada. El malo sigue siendo malo, son cosas del égom.
–Eso es muy prejuicioso... ¿De qué siglo vienes amigo? ¿Qué si ella se enamoró de él? Es perfectamente posible. Deja que se amen en libertad.
–Nada de amores– refuta Gormu– La conozco hace tanto como el tiempo que he estado sin volver aquí. Él la hipnotizó. Tiene ese don. Ha vuelto a sus andadas. Pudiéramos estar en peligro, te advierto...–Gormu hace una pausa– Me ha parecido verlo.
– ¿Lo has visto? No bromees, ahora está fuera de la vista del mundo. Tiene cláusula de privacidad.
–Es hábil. Creo que rondaba por mi casa, ayer.
– ¿La casa a la que te que acabas de mudar? ¡No! Son imaginaciones tuyas – le previene Samul– No creas los comentarios de los ignorantes. El hombre no es mago ni brujo. No puede pasar desapercibido.
–Es hábil. –repite Gormu, como una letanía.
Samul se encoge de hombros, luego sonríe.
–Mira, la gente ya lo aclamó como un héroe, lo subieron al pedestal de la gloria y el hombre no se va a querer bajar de allí, a no ser que sea un verdadero imbécil.
Samul voltea el rostro y silba por lo bajo; en respuesta llegan hasta ellos unos divanes levitantes, que se inclinan invitándolos a subir. Ya acomodados en ellos, se trasladan en suave vuelo por los recovecos y anexos interiores de la tienda. Llega también al vuelo una bandeja con frutas y burbujas llenas de néctar de dátiles para agasajar al recién llegado.
Samul, a intervalos, lamenta que su amigo no pueda desterrar la tristeza de su semblante. La languidez en su mirada y la desazón de sus movimientos le resultan preocupantes.
–Serán los años de esta larga vida–se justifica Gormu– que ya pesan.
–No amigo, son tus temores. Te han enfermado.
Sentados frente a frente en medio del salón, prestan atención a Síbil, la asistente cibernética, que reproduce en vívidos hologramas los momentos de la última visita de Gormu. Después de esos instantes de remembranza se impone el silencio, mientras el Almirante sonríe y mueve un poco la cabeza, en muestra de beneplácito.
Periódicamente las paredes de la tienda se transparentan. Entonces se hace visible el jardín y un cerco de arbustos de naranjo, igualmente rebosados de frutas. Por el lado del fondo sale un senderillo forma en tortuosa hendidura que se prolonga hasta la costa, a unos cien pasos de distancia.
–Hay felicidad en este lugar. –repite Gormu, ahora en tono vibrante– Ellos al menos, –apunta a los muchachos que juegan en la cercana playa –no tienen un pasado tortuoso atenazándoles el recuerdo.
La pared se hace opaca de nuevo y vuelve la música de laúdes y tamboriles. Las muchachas continúan danzando por los tapices en derredor cual si pretendieran sumar gente a su coro. Los olores del salitre marino y del humo proveniente de las carnes asadas a la parrilla saturan gratamente el ambiente.
–Nada ha cambiado en estos años– reconoce Gormu, pero enseguida se palmea en la frente ¿No vas a llamar a la nueva anfitriona y decirle que he venido? ¿Acaso se esconde de mí? –luego añade con suspicacia –Seguro que descansa de una intensa noche. Déjala.Tenemos, mi camarada, una larga conversación pendiente, necesito de ti, me urgen tus consejos.
–No, no, no–le refuta Samul– Nada de conversaciones. No hasta que yo regrese. Sabes que hoy es martes y tengo negocios que hacer.
–Pero ¿entonces...?
Gormu deja caer los hombros, resignado, pero de pronto se acuerda de algo y ahora es él quien susurra:
–Me cuesta creer lo de Nohemí. Sabes cuánto la quería yo. Vaya, qué lástima. Espero que la linda historia de amor de ustedes tenga una segunda parte. Pero no voy a entrometerme...
Mientras dice esto, Samul le hace una rápida indicación de callar y Gormu, obediente, detiene sus palabras. Una esbelta joven acaba de aparecer montada en un pedalillo. Desciende con gracia pizpireta frente a ellos y extiende la mano para saludar. Su rostro es una rara fusión de sensualidad y candidez, mientras luce unos ojos enormes y negros. Estos lo miran con azoramiento y a Gormu se le antojan soles que luchan por dispersar las nubes que les rodean. La muchacha, de pies menudos y descalzos, viste una túnica que le cae ajustada a las sinuosidades del cuerpo,
–Buen día, príncipe Almirante –así le saluda, con una pompa que a Gormu le parece graciosa, acompañándose de una leve reverencia– supe que usted llegaba y vine a conocerle... y a felicitarle por el cambio...tan acertado.
Atónito, el Almirante hace señas a Samul para que se explique.
–No te preocupes. Ya sabe de ti casi tanto como yo. –Samul se la presenta–Su nombre es Dwila.
Entretanto Gormu alarga también su diestra para tomar la mano que la muchacha le tiende. Se la retiene en la suya y le devuelve una torpe reverencia.
–Literalmente acaba de llegar al mundo–se regocija Samul–. Solo veintiuna primaveras ¿Puedes creerlo, camarada?
Ante la extraña efusión, Gormu se pone en alerta. El vanidoso cacareo de Samul le resulta incongruente, por lo que conoce de su carácter.
– ¿Comprendes lo que digo? –insiste éste en preguntar.
Gormu mueve la cabeza, sin poder deducir si hay alguna broma en el aire o solo es una inusual presentación de cortesía.
La joven toma sitio en el diván semicircular, que luego de acomodarla prosigue su lento vuelo. Sonríe para Gormu, sin emitir palabra alguna que confirme o niegue lo dicho por Samul.
–...Y está ávida, verdaderamente ávida de saber cosas de ti, hermanito – sigue diciendo Samul, en tono que a Gormu le parece abiertamente guasón– Traté de ilustrarla sobre tus aventuras, pero ya sabes, –suspira, dejando caer las manos–soy pésimo contando historias. «Está por todas las frecuencias», le he dicho, «detente a visualizar y te hartarás con todo lo que se cuenta del príncipe Almirante». Pero no quiere. Desde que supo que éramos amigos no deja de importunarme para que te traiga aquí. Es como un gatito curioso. ¿Entiendes? –y Samul hace una ridícula imitación de las garras de un felino.
Gormu no entiende nada, pero Samul insiste, haciendo grandes aspavientos.
– ¡La curiosidad carcome su alma! – exclama, volviendo a imitar del peor modo la voz de la muchacha–: « ¡Oh, Samul querido, eres muy malo contando historias, tráeme aquí a tu amigo, quiero oír sus aventuras de su propia boca!» ¿Ves? Ahí está, toda ansiosa. Ciertamente amigo...tú has caído del cielo, literalmente.
Y entretanto que habla, Samul desciende del diván, que se disipa como humo tras él. Se inclina ante ellos en reverencia de despedida.
–Siento dejarlos solos, pero tengo negocios que atender. No estoy de vacaciones, como algunos. –dice mientras pone su pie en un pedalillo y de nuevo se voltea a ver a su amigo – Hablando de caer del cielo, ¿Me prestas tu nave Isthar, compañero? Solo un par de horas. Ya la he visto escondida en la arena. – guiña un ojo – Mi Atrahasis está estropeada. O quizá lo estoy yo, de volar tanto en ella –suplica Samul.
–No faltaba más–accede Gormu, encogiéndose de hombros con descuido–Llévatela.
Antes de irse, Samul se dirige a la muchacha:
–Dulzura, te ruego que trates con fineza a este caballero. El mundo en que vives, en el que vivimos todos, tiene mucho que agradecerle. Yo mismo le debo mi felicidad, por no decir la vida.
Samul da nuevas disculpas y el pedalillo se va alejando de la tienda con él a bordo. Cuando por fin desaparece entre las dunas, el Almirante Gormu y la joven quedan uno frente al otro en medio del salón, bajo un ruedo de guirnaldas que les revolotea por encima. Gormu avanza un paso hacia ella y vuelve a tomar su mano, mientras contempla de cerca sus encantos. Quiere percibir su vitalidad. Cerciorarse que no es un engaño. Podría serlo. Un holograma sustancial o un náper simulando una persona de carne y hueso. Pero después de tocarla y olfatear disimuladamente, no le quedan dudas. Dwila es auténticamente humana.
–Es lo que digo. –apunta entonces, sin dirigirse a nadie en específico, sosteniendo las manos de la joven y mirando en sus pupilas con fascinación – ¡De esto hablo cuando digo felicidad! – Gormu se dirige a Samul, que ya no está presente, pero los vigila en intervisión. – Es increíble la suerte que tienes, camarada.
Gormu se le acerca más.
– ¿Puedo besarla, querida mía?
La joven se turba de repente y se vuelve al Samul virtual para interrogarlo con la mirada. Pero éste solo se encoge un poco de hombros, en tácito consentimiento, mientras vuela en el pedalillo hacia la Isthar. De modo que Gormu estampa un beso húmedo–demasiado húmedo tal vez– en los labios de la muchacha y retiene su boca dentro de la suya durante un largo momento. Al terminar, ella toca con un dedo la comisura de sus labios.
– ¿Complacido? –le pregunta.
– ¿De verdad tienes veintiuno? ¿No estas regenerada? –pregunta Gorma a su vez, aunque enseguida se arrepiente.
–Uf, qué delicadeza. –rezonga la joven– ¿Acabas de conocerme y ya desconfías de mí? ¿Te parezco mayor? ¿O tal vez piensas que la mujer que buscas se esconde tras mi apariencia?
–No lo maltrates, cariño–interviene la imagen de Samul, a quien se le ve ya entrando por la escotilla de la Isthar–El Almirante solo quiere conocerte.
–Vaya manera –bufa Dwila y se aparta– Pues que le pregunte a Síbil, si tiene dudas.
Gormu junta las manos sobre el pecho y se disculpa en tono suave.
–Fui torpe. Y tienes razón, pensé que podías ser ella, pero que no te incomode mi sospecha. Tampoco cometeré el desaguisado de preguntarle a Síbil por ti. Sería injurioso de mi parte y, además, ya me aseguré de que no eres...quien busco.
–Oh, comenzamos con mal pie –se entromete de nuevo Samul– Ahora desayunen por favor.
Sobre la losa del jardín, el carbón de la parrilla despide un humo grasiento y aromático. Paralelamente, un náper les ofrece burbujas con jugo de naranja frío, que sorben por un pitillo.
– ¿No es muy temprano para esta fiesta? Asados, jugos...
Gormu toma la apetitosa loncha de cordero que llega por el aire y da un mordisco en la carne humeante.
–No hay modo de resistirse –comenta finalmente.
–Yo querría estar en ese convite– Samul levanta su mano en gesto de adiós, ya instalado tras la escotilla de Isthar – Pero Venecia me espera con su dinero. Ya les contaré al regreso. ¡Choveian!
– ¡Choveian! –responden ellos a coro.
Samul apaga la trasmisión. Gormu y Dwila chocan las burbujas, a manera de brindis.
–Por fin solos–declaran casi al unísono.
...
–Casi no puedo creerlo...el príncipe Almirante Basailk, héroe de todas las naciones y países, el campeón que metió en cintura a los infames selenitas, el que apresó al malvado Zezán...
–Basta, querida – le interrumpe Gormu, completamente avergonzado–aquí me tienes, no como en esas aburridas sagas de los domingos. Solo guárdate las lisonjas y los títulos, que no son para siempre.
– Sí que va a ser larga nuestra conversación –declara entonces la joven, haciendo un mohín de sorna.
– ¿A qué te refieres? –se intriga Gormu.
Dwila ríe con tal brusquedad cual si se tratara de un ataque de nervios.
–Amigo, hoy es martes. Tú no tienes cuidado de eso, eres un hombre rico, pero tu amigo Samul debe raspar todavía algunos créditos y no volverá hasta el domingo. Vas a extrañar a tu Isthar...
Gormu mueve su cabeza, contrariado.
– Claro, toda esa rara conversación...para al final engatusarme – hace un gesto de conformidad y concluye– pero ya estoy habituado.
Gormu retorna la imagen de Samul a su retina, aprovechando que Dwila se ha ido a la bañera.
–Allí estás–musita este desde la cabina de la nave–espero que todo vaya bien.
–Todo va bien. Pero ya que pretendes dejarme a cargo, al menos trata de enterarte dónde está ella. Encuéntrala para mí. No creo que se niegue a verte...En fin no vuelvas con las manos vacías...
– El amor, el amor– profiere Samul.
Pero de inmediato, al ver el semblante decaído de su amigo adopta una expresión adusta.
–Cosa muy seria es el amor y no creas que juego con tu paciencia. Pero tengo asuntos que resolver ahora mismo... Sin embargo, te doy un adelanto: sé exactamente dónde está Xena. Se ha comunicado conmigo. Contigo no quiere hablar, a no ser personalmente. Y ha puesto sus condiciones para ello ¿me entiendes? Ella también tiene miedo amigo, mucho miedo...–concluye Samul, enigmáticamente.
Gormu percibe que Samul está tratando de evadir el tormentoso asunto. Sabe que Xena le ha lacerado el corazón yéndose sin siquiera decir adiós, como corresponde a personas civilizadas. Y Samul también sabe que él no se resigna, chapado a la antigua como es, a la idea de que se pueda romper un pacto de convivencia con semejante ligereza.
Ahora bien, cuando Samul le dice que ella lo ha contactado para que medie en una reconciliación, Gormu, de repente, no tiene idea sobre el próximo paso por dar, ni de las palabras que debe decir si tal encuentro finalmente se concretara.
Sin embargo, revolviéndose dentro de sí mismo con determinación, decide no poner reparos a un arreglo, pues simplemente la ama y la idea de quedarse solo en la nueva casa, a esperar que la suerte le traiga un afecto semejante para con alguien más, es horrible. La perspectiva de dejar atrás la felicidad vivida a su lado, de dejarla en brazos de otro sin luchar, le resulta desoladora.
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