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-¿Cuánto tiempo? -escupe Katherine, con los ojos llenos de odio. -No importa -susurra Alexander, con el rostro tenso. -Por supuesto que importa -Lya se pone de pie, con el labio partido temblando, el corazón desbocado, sin importarle que está desnuda-. Porque estoy embarazada. El silencio cae como un trueno en la habitación, haciendo que el aire se vuelva más pesado. Alexander la mira fijamente, frunciendo el ceño, incapaz de creerlo. Katherine jadea, como si le hubieran arrancado el aire de los pulmones. -¿Qué acabas de decir? -murmura él con un tono frío. Lya coloca una mano temblorosa sobre su vientre. Era ahora o nunca. -Voy a tener un hijo tuyo... y es un niño. Katherine se queda inmóvil. Ella y Alexander nunca habían podido concebir. Y ahora, la otra mujer, la amante, le había dado lo único que siempre había deseado. -No... eso no es posible -susurra Katherine, negando la realidad, relajándose visiblemente en los brazos de su esposo. Pero la verdad está justo frente a ella, y el veneno en su mirada se vuelve letal. -Si crees que te dejaré quedártelo... estás equivocada -la voz de Katherine es letal-. No tendrás nada. Lya mira a Alexander, buscando algo... cualquier cosa... pero él solo aparta la mirada. -Vístete y lárgate -fue lo único que dijo.
La habitación aún huele a deseo cuando Lya apoya su mejilla sobre el pecho de Alexander. El hombre más poderoso que ha conocido, su amante, su dueño en más de un sentido. Él enreda los dedos en su cabello, perdido en la calma después de la tormenta.
-Deberíamos irnos de aquí -murmura ella, pero él solo la abraza más fuerte.
-¿A dónde quieres viajar?
-Lejos, ya no quiero compartirte con nadie- comento ella haciendo pucheros.
Alexander se conmovió por su ternura, pero en su mente todavía estaban los compromisos con su esposa, la familia de ella era la inversora principal en su empresa. Tomo su celular con una mano y vio el mensaje de su secretaria, era una foto de ella desnuda, diciendo que fuera a la oficina cuando pudiera.
Alexander se consideraba un hombre afortunado.
La puerta se abre de golpe.
El tiempo se detiene y la tormenta se desata.
Parada en el umbral, con la furia ardiendo en sus ojos, está Katherine, la esposa de Alexander. Su silueta tiembla entre incredulidad y rabia, la mujer regordeta parece estar a punto de estallar.
-¡Maldita perra! -grita, lanzándose sobre Lya llegando a ella a través de la cama.
Las sábanas vuelan mientras ambas mujeres caen al suelo. Manos tirando del cabello, uñas arañando piel. Lya intenta defenderse, pero Katherine tiene algo más fuerte que la ira: tiene el derecho. Había estado durante semanas haciéndole el seguimiento a su esposo, estaba a punto de rendirse hasta que encontró el apartamento.
El sucio hombre lo tenia a nombre de la compañía y ahí tenia a su pequeña amante.
La mujer se veía frágil y delgada, haciendo que Katherine estuviera mas molesta, ni siquiera le parecía linda, era algo ofensivo.
Le desfiguraría la cara.
Alexander apenas logra separarlas, sujetando a su esposa por los brazos mientras ella forcejea, la hace unos cuantos metros hacia atrás. sintiéndose molesto, ahora haría una gran escena cuando llegara a la casa.
-¿Cuánto tiempo? -le escupe Katherine, mirándolo con ojos de odio.
-No importa -susurra Alexander, con el rostro tenso.
-Claro que importa -Lya se pone de pie, con el labio partido y el corazón acelerado, sin importarle estar desnuda-. Porque estoy embarazada.
El silencio se siente como un trueno en la habitación, haciendo el aire de la habitación más pesada.
Alexander la mira con el ceño fruncido, sin poder creerlo.
Katherine jadea como si le hubieran arrancado el aire de los pulmones.
-¿Qué has dicho? -murmura él con un tono helado.
Lya se lleva una mano al vientre, temblando. Era ahora o nunca.
-Voy a tener un hijo tuyo... y será un niño.
Katherine se queda helada. Ella y Alexander nunca habían podido concebir. Ahora, la otra mujer, la amante, le había dado lo único que siempre quiso.
-No... no es posible -susurra Katherine en negación, relajándose visiblemente en los brazos de su esposo.
Pero la verdad está frente a ella, y el veneno en su mirada se vuelve mortal.
-Si crees que te dejaré quedarte con él... estás equivocada. -La voz de Katherine es letal-. Tú no tendrás nada.
Lya miro hacia Alexander esperando algo, pero el solo aparto la mirada.
-Vístete y lárgate- fue todo lo que él respondió.
Las lagrimas comenzaron a deslizarse por la cara de la mujer, con una mano sobre su vientre, Lya prefirió alejarse, sabía que esto podía pasar cuando se convirtió en amante de ese hombre, pero...tenia una esperanza, una pequeña de que las cosas podrían ir bien, él había hecho promesas y dicho cosas hermosas, pero todo era mentira.
Tomo su celular y una pequeña esperanza cruzo por su cabeza, quizás todo esto era solamente por la esposa, Alexander la buscaría, esto era cosa de un arrebato.
Salió a un rato para tomar algo para los nervios y comer. Cuando llego al establecimiento recibió una llamada de su jefe.
-Esta despedida- fue lo primero que dijo.
-¿Qué? - contesto, asustada.
-Hiciste enojar a la persona equivocada, no vuelvas y te depositaremos tu dinero.
Se colgó la llamada.
Las lagrimas volvieron a pasar por sus mejillas, esta era la venganza de aquella mujer. Mordiendo su labio suavemente se sintió adolorida por no poder hacer nada.
Todos saben la verdad.
Estaba segura de que no volvería a conseguir trabajo en el gremio de los abogados, gracias a esa horrible mujer Katherine.
Cuando intenta volver a su apartamento, un guardia la detiene en la puerta.
-Este ya no es tu lugar. -Le entrega una carta fría, legal, sin rastro de la calidez con la que Alexander le prometió que siempre estaría protegida.
Ahora solo le queda su hijo... y una guerra que aún no ha comenzado.
Katherine la había destruido en cuestión de horas.
La lluvia comenzó a caer, fría y despiadada, empapando su ropa fina. Perfecto.
Caminó sin rumbo, sintiendo las miradas de la gente en la calle. ¿Podían oler su miseria?
Finalmente, se desplomó en una banca, en medio de la ciudad que alguna vez fue su hogar.
-¿Estás bien?
La voz masculina la tomó por sorpresa.
Levantó la mirada y vio a un hombre observándola con una mezcla de curiosidad e interés genuino.
Era alto, de traje impecable, pero no un hombre de negocios común. Su presencia irradiaba un aire de peligro refinado. Un depredador elegante.
Ojos verdes. Sonrisa perezosa. El tipo de hombre que nunca se molestaría en hablar con una mujer destrozada bajo la lluvia.
-No me interesa la caridad -murmuró ella con voz ronca.
Él inclinó la cabeza, con una sonrisa intrigada.
-No te estoy ofreciendo caridad. Te estoy ofreciendo una oportunidad.
Escena 2: Un Propuesta Tentadora
Lya lo miró con cautela.
-¿Quién eres?
Él se sentó a su lado en la banca, sin importar que la lluvia empapara su costoso traje.
-Tristan Leduc.
El nombre le sonaba.
Dueño de Leduc & Associates, una de las firmas de abogados más prestigiosas del país. El rival directo de la empresa donde ella trabajaba.
-Tu nombre es famoso en mi gremio -dijo ella con tono seco.
-Y el tuyo acaba de volverse infame.
Imagina un juego donde el premio es una fortuna multimillonaria, pero el precio de perderlo todo es tu futuro. Isabella Meyer acaba de ser lanzada a ese escenario. Su abuelo, el implacable Sr. Meyer, ha decidido que ella y su arrogante primo James compitan por el control del negocio familiar. Dos años, dos equipos, una sola regla: solo uno ganará. El otro será despedido y olvidado.
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